Dos monjes budistas que participaron en las manifestaciones de la semana pasada contra la Junta militar de Myanmar (nombre oficial de Birmania, han escapado a la vecina Tailandia, donde el 04 de octubre explicaron la violencia con que los soldados aplastaron las masivas marchas ciudadanas, las más graves de los últimos veinte años.
«Jamás pensamos que el Ejército iba a disparar sobre nosotros porque nos estábamos manifestando pacíficamente, el objetivo no era derribar al Gobierno, sino hacer oír la voz de la gente que sufre penurias económicas».
Sin embargo, las multitudinarias procesiones de los monjes, que congregaron a miles de bonzos entonando el tradicional cántico espiritual «Amor y amabilidad», arrastraron a la sociedad birmana, que perdió el miedo y se echó a la calle contra un autoritario régimen militar que lleva en el poder 45 años.
Semejante movilización no habría sido posible sin los monjes, a los que en un principio se les permitió desfilar para protestar contra la espectacular subida de los precios de la gasolina y el butano y para pedir la liberación de los 1.100 presos políticos encarcelados, así como para demandar la reconciliación nacional y el diálogo con la oposición.
«El jueves participamos en una marcha con 200.000 personas junto a la pagoda de Sule y los soldados lanzaron gases lacrimógenos y dispararon sobre la multitud, que se dispersó y buscó refugio en los callejones».
Bajo esta lluvia de balas y en medio de carreras desesperadas, los dos monjes huyeron mientras otras personas a su alrededor caían fulminadas al suelo para no volver a levantarse nunca más. «Como nos habían advertido de que el Ejército iba a registrar los monasterios, nos ocultamos la primera noche en la casa de mi hermana»
Allí pudieron quedarse durante el toque de queda, pero se marcharon a la mañana siguiente porque «el bloque estaba lleno de otros monjes que también se habían escondido allí».
Con el temor a ser detenidos por la Policía, que había tomado la ciudad, los dos bonzos pernoctaron la segunda noche en otro monasterio donde, milagrosamente, los militares no hicieron ninguna redada. Pero el peligro era tan grande y los monjes detenidos eran ya tantos que, finalmente, decidieron salir de la ciudad.
«Había muchos controles, pero los soldados nos dejaban pasar porque no querían que los monjes nos quedáramos en Rangún y preferían que nos dispersáramos por todo el país».
De hecho, coincidieron con otros trescientos atemorizados bonzos en una de las estaciones de autobuses de la capital, donde tomaron un autocar hasta Myawaddy con el dinero que una mujer les había dado.
Los religiosos salieron de Rangún el pasado viernes y, tras hacer escala dos noches a mitad de camino, llegaron a la frontera el lunes. «No queríamos pasar por la aduana pero, como había muchos soldados vigilando, nos arriesgamos a conseguir un permiso de un día para cruzar a Tailandia»
En Mae Sot, la primera ciudad al otro lado de la frontera, han encontrado refugio en la ONG Asociación de Asistencia a los Prisioneros Políticos de Birmania.
«Los monjes y el pueblo estamos más unidos que los soldados, hemos tomado la resolución de quitar al régimen y seguiremos luchando, por lo que volveremos a manifestarnos» la «Revolución Azafrán» todavía no ha acabado.
Estos monjes regresarán a Birmania en breve para continuar las protestas contra la Junta militar, que aplastó las revueltas. Los monjes vaticinan que las protestas se retomarán en tres semanas. Dicen estar convencidos de que los militares no dispararán otra vez, como ocurrió en 1988 y en las dos últimas semanas.
Menciona a los oficiales que han desertado por no querer dispararles y en el caso de que lo hagan, los tres monjes revelan un sentimiento generalizado de no retroceder. "tendrán que acabar con todos los religiosos del país" y recuerdan que el budismo prevé el peor de los ocho infiernos a los que los maltratan.
Mientras, en Rangún continuan los arrestos de disidentes y civiles que participaron en las protestas.
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