Poema navideño
Es la segunda Navidad al lado
del inconmovible Poncio.
El lucero del alba rosa sobre la baranda del puerto.
Y no puedo decir que no puedo
vivir sin ti porque estoy vivo:
como puede verse en el papel. Existo,
bebo cerveza, mancho hojas y
piso la hierba.
Ahora en el cafetín de donde
-cuando apenas pretendía atracar por un tiempo
la alegría- una silenciosa explosión nos disparó
al porvenir, y allí delineo con mis dedos
bajo el empuje del invierno, que me exilia al sur,
tu rostro en un mármol para que lo vean los necesitados;
a lo lejos saltan ninfas, en sus caderas
se han rasgado los brocados.
¿Qué es, dioses -si esa mancha de tempestad
en la ventana son ustedes, dioses-,
lo que se esfuerzan por decirnos finalmente?
El porvenir ha llegado y se puede
soportar; un objeto cae,
sale el violinista, no hay más música,
entre tanto el mar se arruga más y más como la cara.
Aunque no haya viento.
Alguna vez él, en lugar de -¡ay!-
nosotros, empezará a azotar los barrotes del paseo
y se moverá bajo la exclamación: "no lo haga",
levantando la cresta por encima del cráneo,
hacia allá donde tú bebías vino,
dormías en la hierba, secabas tu blusa,
aniquilando los tronos, al molusco porvenir
alistando el fondo.
Enero de 1971, Yalta
Es la segunda Navidad al lado
del inconmovible Poncio.
El lucero del alba rosa sobre la baranda del puerto.
Y no puedo decir que no puedo
vivir sin ti porque estoy vivo:
como puede verse en el papel. Existo,
bebo cerveza, mancho hojas y
piso la hierba.
Ahora en el cafetín de donde
-cuando apenas pretendía atracar por un tiempo
la alegría- una silenciosa explosión nos disparó
al porvenir, y allí delineo con mis dedos
bajo el empuje del invierno, que me exilia al sur,
tu rostro en un mármol para que lo vean los necesitados;
a lo lejos saltan ninfas, en sus caderas
se han rasgado los brocados.
¿Qué es, dioses -si esa mancha de tempestad
en la ventana son ustedes, dioses-,
lo que se esfuerzan por decirnos finalmente?
El porvenir ha llegado y se puede
soportar; un objeto cae,
sale el violinista, no hay más música,
entre tanto el mar se arruga más y más como la cara.
Aunque no haya viento.
Alguna vez él, en lugar de -¡ay!-
nosotros, empezará a azotar los barrotes del paseo
y se moverá bajo la exclamación: "no lo haga",
levantando la cresta por encima del cráneo,
hacia allá donde tú bebías vino,
dormías en la hierba, secabas tu blusa,
aniquilando los tronos, al molusco porvenir
alistando el fondo.
Enero de 1971, Yalta
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